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NATURCIENCIA

Proyecto Darién: El rotundo fracaso de Escocia al intentar colonizar América

Entre 1978 y 1980 se llevó a cabo una interesante expedición donde arqueólogos  profesionales y amateurs llevaron de la mano a jóvenes de muchos países para descubrir el mundo.

Fue así como inició la Operación Drake, donde destaca Mark Chatwin Horton, líder de uno de los grupos de expedición, también arqueólogo, presentador de televisión, escritor y marítimo británico.

Su grupo se dirigió a Sudamérica a explorar donde para su sorpresa, encontraron un navío comercial hundido, y en tierra desenterraron vestigios de lo que iba ser la colonia de Escocia durante el siglo XVII en la costa de Panamá.

El grupo exploró el barco comercial, el cual estaba hundido en lodo e inexplorado hasta el momento, de eso se dieron cuenta cuando entraron y encontraron al barco intacto y repleto de todos los productos comerciales que estaba transportando. Se dice que este barco fue abandonado cerca del 1700.

A raíz de este hallazgo que también incluyó una pila de pipas para fumar, cazuelas, tuberías y otros artilugios en tierra, se desempolvó uno de los episodios más vergonzosos de Escocia que también le costaría su independencia.

Escocia vivía uno de sus peores momentos en su historia y este intento de colonizar fue la gota  que derramó el vaso cuando fracasó, ¿cómo es que algo tan pequeño como hacer un viaje al extranjero pudo poner en jaque toda una nación?

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Qué tiempos aquellos cuando Escocia era una nación próspera en manos de Alejandro III que reinó unos gloriosos veinte años hasta que reveló que su heredera sería su nieta, Margaret o la doncella de Noruega. Esta niña sería la futura esposa del hijo del rey de Inglaterra, Eduardo I, en un matrimonio bien arreglado y que llevaría a ambas naciones a una buena amistad.

Pero la desafortunada muerte de Margaret vino a cambiar todos los planes, especialmente cuando otros clanes de escocia se enteraron que ya no habría un heredero legítimo, causando disputas por ganarse el título.

El rey de Inglaterra no se quedaría con las manos vacías y tomó las riendas del asunto por sí mismo, invadiendo escocia en 1296. Ahora que todos los escoceses debían arrodillarse ante el rey inglés, apareció un personaje célebre símbolo de la resistencia, William Wallace.

Este soldado escocés, cuya estatua se levanta actualmente en Aberdeem, fue ganando batallas para recuperar el reino de sus tierras, aunque terminara torturado y descuartizado cuando lo atraparon tras perder una batalla.

Desde entonces, la historia de Escocia se llenó de discordia con la nación vecina y siempre añorando volverse independientes, el cual lograron en 1320 con ayuda de la Declaración de Arbroath, pero no fue hasta que el sucesor del rey de Inglaterra, Eduardo II, perdiera una batalla que lo forzaría a entregar la independencia a Escocia.

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La nación de las gaitas levanta su bandera como país independiente durante mucho tiempo, hasta que un suceso poco común amenazó nuevamente con su eterno enemigo inglés que no perdió ninguna oportunidad para subyugar a cualquiera que quisiera aspirar más que este.

 

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Esto ocurriría trecientos años después que los sucesos relatados, alrededor de 1603 cuando ambos países tenían una relación de odio-amistad, prácticamente como una sola nación fusionada donde se compartían cuestiones económicas, culturales y monarcas, sin embargo, actuando cada uno de acuerdo a sus propios intereses.

Esto duró por al menos cien años, cuando en 1707 finalmente Escocia tuvo que ceder su independencia, aunque manteniendo ciertos aspectos como sus leyes y cultura religiosa, pero compartiendo la soberanía, la moneda e incluso la bandera.

Esta vez no hubo guerras sanguinarias que durarían años, fue más bien una mala apuesta que los llevaría a la bancarrota como nación, a lo que el Banco de Inglaterra tuvo que interceder para salir del apunto haciéndole un altísimo préstamo que prácticamente Escocia no podría permitirse, llevándolo a deuda.

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Y todo esto inició con una sola persona, William Paterson, comerciante y banquero escocés, ambicioso negociador y emprendedor que vio una oportunidad durante la fiebre de las conquistas de Europa en el territorio americano.

Seguramente fue su lengua afilada y su audacia el que hipnotizó no solamente a grandes acaudalados, también a aquellos de clase media a los que les había prometido grandes riquezas si se unían a su nuevo “negocio”.

El Plan Darién no podía fallar, o al menos eso pensaba Paterson, quien alardeaba con esta fuente de riqueza y poder a cualquiera que se le uniera, desde luego, para iniciar la gran expedición y levantamiento de la colonia necesitaba capital al gobierno inglés.

Sin embargo, su visita a Londres fue en vano cuando regresó sin una sola libra de apoyo, así que sin perder tiempo fue a las autoridades de Escocia donde seguramente exageró sus promesas de riqueza garantizada.

Para su fortuna, Escocia ya llevaba tiempo dándole vueltas a la idea de tener su propia colonia en el exótico territorio inexplorado de América, tal como lo hicieron España e Inglaterra, y para no quedarse atrás en esta competencia por expandir su territorio, aceptó las condiciones de Paterson.

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De acuerdo con los historiadores, el argumento de Paterson que más atrapaba a la gente, es la idea de obtener todas las riquezas de los países orientales de una forma mucho más barata, además de que ese trayecto, funcionaría como una vía de comercio internacional que conectaría al Atlántico con el Pacífico.

Y no se equivocaba, en la actualidad la bahía donde desembarcó es la puerta del comercio internacional, llamada Puerto Escocés, ubicado en el Canal de Panamá y supone una vía de comercialización trasatlántica entre el Pacifico y el Caribe, aunque no gracias a Paterson.

Fue así como puso en marcha su plan en 1695, conformando la Compañía Escocesa de Comercio a África y las Indias, también conocido como Compañía Darién, y reunió la inversión necesaria de gente acaudalada y familias menos pudientes que invirtieron con la esperanza de obtener algo en retorno y así hacerse de patrimonio.

Con rumbo al “nuevo mundo”, Paterson, su familia y cerca 1200 intrépidos cruzaron los mares en cuatro barcos rumbo a Panamá, una dura travesía que duraba más de 3 meses.

 

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Posiblemente embriagados con las historias de éxito de otros países colonizadores, de quienes se hablaban maravillas y actos heroicos, se lanzaron al mar sin siquiera sospechar lo que les esperaba en la cruda vida en altamar y lo desconocido de tierras inexploradas.

Durante el trayecto en altamar en medio del océano Atlántico, se dice que murió cerca de 50 tripulantes por las condiciones extremas que tenían que sobrellevar, pero los problemas apenas comenzaban tras arribar a la costa panameña y comenzaron a edificar lo que fueron los primeros poblados: San Andrés, Morais y Nueva Edimburgo.

Pero lejos de encontrarse con el clima fresco y extensos bosques acostumbrados, se encontraron con el que sería un infierno para ellos, pues no contaban con que la temperatura fuera extremadamente cálida y húmeda en una selva pantanosa llena de insectos trasmisores de enfermedades.

La comida escaseaba y sus intentos por lograr una amistad con los indígenas kunas no rindió frutos, ahora los mosquitos habían enfermado a los colonos así como enfermedades como la malaria que trajo muerte a los poblados recién instalados.

Lo único que les quedaba era ser socorridos por las colonias inglesas antes establecidas, pero nadie respondió a sus llamados de auxilio debido a que Inglaterra prohibió que los ayudasen o negociasen  con ellos, causando además un bloqueo comercial.

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Las colonias Españolas sí respondieron, pero con un ataque que los obligó a huir de regreso a Escocia con apenas un puñado de las 1200 personas que se habían ido, entre las víctimas la esposa e hijo de Paterson, y por poco él mismo luego de enfermar gravemente pero sobreviviendo al viaje.

Con el rabo entre las patas, Paterson llegó a tierra escocesa sin las promesas que había profesado y lo demás es una historia que culminó en una impresionante deuda pública que solo pudo subsanar Inglaterra, y posteriormente la unión de la Gran Bretaña.

Sin embargo, el efecto del Plan Darién fracasado no terminó ahí, dejando una huella política que nadie podría olvidar, y todas esas huellas de los antiguos colonos, pipas que ahora yacen en las raíces de los bananeros y sus barcos enterrados en el lodo de Panamá.